Comentario
La guerra de España es la única ocasión histórica en que nuestro país ha jugado un papel protagonista en la Historia del siglo XX, aunque fuera como sujeto paciente de un acontecimiento de enorme repercusión. Tan sólo en otro momento, mucho más grato en sus consecuencias, como fue la transición a la democracia, España ha resultado protagonista de primera fila en la vida de la Humanidad. No puede extrañar, por tanto, que desde una óptica nacional o extranjera, se haya considerado como eje interpretativo de nuestro pasado lo sucedido en el período 1936-1939.
Este tipo de interpretación tiene un obvio inconveniente que nace de considerar la totalidad de la Historia española del siglo XX (o incluso la anterior) como un paso más que, de modo inevitable, llevaba a la guerra entre dos sectores de la sociedad española enfrentados a muerte. Es cierto, por supuesto, que nada parecido a una guerra civil con centenares de miles de muertos se dio en otro país del Occidente europeo durante el primer tercio del siglo XX y menos aún en la época posterior. Eso, sin embargo, no debe hacer pensar que el enfrentamiento violento fuera algo imposible de eludir, ni menos aún que estuviera escrito en la Historia como inevitable desde el siglo XIX o antes. Hasta el último momento la guerra civil pudo haber sido evitada. Los testigos presenciales, en especial los que tenían responsabilidad política de importancia, suelen considerar que no era así, pero ello se debe quizá al deseo de exculparse por sus responsabilidades. La prueba de que se podría haber evitado la guerra reside en que de haber sido otro el comportamiento de Casares Quiroga o si hubiera sido sustituido antes por Martínez Barrio, el curso de los acontecimientos podría haber sido muy otro. En realidad, pocos desearon originariamente la guerra, aunque hubiera muchos a quienes les hubiera gustado que se convirtieran en reales sus consecuencias, es decir, el aplastamiento del adversario. Con el transcurso del tiempo ese puñado de españoles que quería la guerra consiguió la complicidad, activa o pasiva, de sectores más amplios y se olvidó que los fervorosos entusiasmos políticos que llevaban a una España a desear imponerse sobre la otra implicaban, para su realización, el derramamiento de sangre. Cuando éste empezó y la barbarie creó un abismo entre dos sectores de la sociedad española, fue cuando la guerra civil resultó inevitable.
Pero, si no lo había sido en el pasado remoto, en cambio tuvo consecuencias decisivas para la Historia de España. Hay interpretaciones simplificadoras que atribuyen a un supuesto carácter nacional una proclividad hacia la guerra civil o que ven la causa de la de 1936-1939 en peculiaridades de una clase social, sea la burguesía o el proletariado. Todas estas caracterizaciones no son ciertas, pero sí lo es, sin duda, que existe una peculiaridad en la Historia española respecto del resto de las naciones europeas derivada de esta guerra civil. No nace, por tanto, de un rasgo inamovible del carácter de todos o de una parte de los españoles sino de una experiencia colectiva, como la de esta guerra peculiar y lo suficientemente decisiva para crear traumas difíciles de superar. En cierto sentido la guerra civil no concluyó hasta 1977 y durante el período intermedio, desde 1939, todos los rasgos de la vida española estuvieron marcados por la impronta bélica; el régimen del general Franco no podía entenderse sin la experiencia bélica que engendró además, a título de ejemplo, el nacional catolicismo y la condenación de toda una parte de la tradición cultural española (la liberal). Claro está que también en la etapa mencionada se superaron esas situaciones, pero a fin de cuentas al mismo tiempo se seguía viviendo en la órbita histórica de aquel decisivo acontecimiento.
El pueblo español ha sido consciente de la realidad de esta influencia de la guerra civil sobre el presente. Durante décadas se ha sentido mal informado y luego apasionadamente interesado. Ha pasado ya el momento en que no se hablaba de la guerra civil sino que se discutía sobre ella. Ahora, quizá, tras haber pasado varias décadas desde la guerra civil, la tendencia más frecuente es considerar que se ha llegado ya a una saturación de información acerca de ella. Paralelamente a este cambio que se ha producido en el estado de la opinión pública acerca de la guerra, el conocimiento científico de la misma ha ido progresando de manera significativa. Conviene tener en cuenta que aunque desde hace décadas la bibliografía acerca de la guerra civil española fuera oceánica, no quería decir que necesariamente fuera buena, sino que indicaba el grado de polémica al que se había llegado en torno al acontecimiento.
Acerca de la Revolución rusa, un acontecimiento más importante, el número de títulos publicados era inferior hace unos años al de los que se habían publicado sobre la guerra civil española. En realidad, sólo a partir de los años sesenta y setenta del siglo XX se inició la utilización de los fondos archivísticos españoles, esenciales como fuentes. En la actualidad, los puntos de coincidencia de los historiadores de las diversas significaciones ideológicas son muchos, en especial acerca de los factores estrictamente militares de la guerra. La conmemoración del cincuentenario no dio lugar a grandes descubrimientos, pero sí a la acentuación del interés por determinadas cuestiones como la represión, las colectivizaciones o el papel de la Iglesia en el conflicto. Sin embargo, quedan todavía muchos aspectos que investigar, tanto sobre la evolución de cada uno de los dos bandos en conflicto, como sobre determinados aspectos de la política exterior durante el mismo. La aportación de algunos archivos públicos y sobre todo privados habrá de ser fundamental en el futuro para los avances historiográficos. De todos modos, la actitud del historiador respecto de una cuestión como la guerra civil española necesariamente ha de ser humilde. Como se ha dicho respecto de la Revolución Francesa, nunca podrá escribirse una Historia definitiva de la guerra civil española por la sencilla razón de que afectó demasiado gravemente a un número demasiado grande de personas.
Con todo, el mayor problema del historiador respecto de la guerra civil española no es tanto el de las fuentes como el de la objetividad. Es, por supuesto, un propósito siempre en peligro y siempre difícil de alcanzar. Tanto es así que incluso afecta a la misma denominación del conflicto y de quienes en él fueron contendientes; todavía no están tan lejanas la fechas en que los términos guerra civil eran considerados como inaceptables. Todavía existe un problema para el historiador en la denominación de los contendientes porque las que resultan peyorativas o no corresponden a la realidad resultan frecuentes; incluso en libros recientes todavía se representa con el color azul y el rojo a los beligerantes cuando probablemente, esos dos colores, en su significación política, resultan una simplificación. Quizá una buena terminología consistiría en recurrir a una denominación negativa, anticomunistas y antifascistas, pero con ello se excluiría a una gran parte de la población que era ambas cosas. La contraposición republicanos - nacionales o nacionalistas tiene el inconveniente de que en el bando de los primeros no sólo había quienes aceptaban esa definición, mientras que tan nacional era una causa como la otra. Por tanto, quizá conviniera denominar a unos como los sublevados, la derecha o los franquistas (la persona de Franco siempre representó muy bien la acumulación de sectores políticos que dirigió), y a otros como los frentepopulistas, puesto que en realidad lo que sucedió en la guerra civil fue que el Frente Popular originario se amplió con la presencia de los nacionalistas vascos y los anarquistas.